Hace justo 30 años se utilizó por primera vez el término “techo de cristal”. Fue en un artículo del Wall Street Journal. Tres décadas después su uso ya forma parte del lenguaje del día al día para referirse a las barreras invisibles, no explícitas, con las que se encuentran las mujeres para poder ascender en sus carreras profesionales.
Son innegables los avances de la mujer en el mercado laboral en las últimas décadas, pero los datos también demuestran que la igualdad real (en cargos de responsabilidad, en sueldo, en conciliación familiar) todavía es una aspiración utópica en nuestra sociedad.
Para entender por qué se siguen perpetuando las desigualdades en sociedades donde, legalmente, hombre y mujer son iguales, ponemos el foco en otro término muy gráfico: “el suelo pegajoso”.
Entendemos por “suelo pegajoso” las cargas familiares que adhieren a las mujeres a su casa y les impiden desarrollar todo su potencial laboral y personal. Muchas europeas todavía sienten presión social (familiar, de su pareja, o autoimpuesta) para ser las principales responsables del cuidado de los miembros de su familia y de las tareas domésticas. Esto las empuja a realizar dobles jornadas laborales (fuera y dentro de casa) o incluso a no integrarse en el mercado laboral porque no pueden desatender las cargas familiares que la tradición de la sociedad patriarcal les hace sentir como propias.
Otra variante es el suelo pegajoso que no nos impide trabajar, pero sí hace que arrastremos más carga: el conocido como síndrome de superwoman. Llevar adelante la casa, los hijos y además esforzarse para demostrar la valía en el puesto de trabajo pasa factura física y anímicamente.
En definitiva, en la búsqueda de la igualdad tal vez debemos dejar de mirar hacia arriba, hacia techos de cristal, para mirar hacia abajo. Hacia nuestros propios pies y el suelo que nos ancla.